lunes, 7 de noviembre de 2016

Recordando

El otro día iba camino a mi auto, atravesando el solitario camino al parqueadero, cuando de la nada, un objeto cayó del cielo golpeando el suelo con fuerza. Lo primero que pensé fue “¡Por Dios! Casi me cae encima”. Luego, al acercarme, descubrí que se trataba de una torcaza (una pequeña ave nativa de estas tierras) que se había precipitado al piso, sin vida. Seguramente en medio de su vuelo fue víctima de un ataque cardiaco, especulé. Me dio mucha tristeza ver al pobre animalito morir solo, sin nadie que lo llorara y con la incertidumbre de si alguien, alguna vez, le recordará. La tomé y la deposité en un triste y sucio tarro de basura para que no quedara destripada por la llanta de alguno de los autos que por ahí transitábamos. Luego, casi que me olvidé del asunto.


Al día siguiente, iba con el resto de mis compañeros de oficina en la ruta del bus (no todos los días se puede ir en auto a la oficina). Había un trancón del carajo y el viaje se hizo eterno desde la oficina hasta la entrada de la ciudad, los autos se amontonaban como muchas otras veces y como ocurría en muchas de esas veces, al rato fue evidente la razón del retraso: Un accidente entre una moto y un furgón. “Otro motociclista caído”, pensamos muchos en el bus, sin darle mayor importancia. Habíamos visto tantas escenas similares durante los últimos años, que ya se habían vuelto algo común. Esta vez, sin embargo, sería diferente. En el bus comenzaron algunos susurros y llamadas desesperadas de las que solo me enteré hasta mucho después de bajarme, cuando una amiga me llamó a darme la noticia. En ese momento, al colgar la llamada, aquella escena ajena e intrascendente, adquirió un connotación completamente diferente, se volvió personal y dejó una mella en el corazón. Aquel extraño no era un desconocido del todo. Ese “motociclista caído” resultó ser un compañero nuestro, un amigo para muchos, una sonrisa que respondía siempre al saludo para otros. Era un joven, con muchas cosas por hacer, planes, sueños. Todo un mundo de posibilidades esfumadas en un breve instante, ya por imprudencia suya, del conductor del otro vehículo o de ninguno, porque a veces esas cosas simplemente pasan. En ese momento recordé la torcacita del otro día y en como los dos habían caído en medio de la nada, solos. La diferencia es que nuestro compañero fue luego asistido por amigos y familiares, fue llorado y estuvo acompañado durante su camino al que sería su lugar de reposo final. Sé que no hay consuelo en una vida que se pierde, pero al menos nuestro compañero y amigo será recordado y vivirá por siempre en quienes tuvieron la oportunidad de trabajar, jugar y compartir con él.

Descansa en paz, Esteban.

Foto por Alex Wigan, cortesía de https://unsplash.com/