El Papa Francisco durante su pontificado ha impulsado diversos cambios en los lineamientos de la Iglesia Católica. Una de sus “menores” (o “mejores” según se vea) propuestas la hizo el pasado 12 de junio, cuando aconsejó a los sacerdotes limitar la duración de los sermones durante las ceremonias litúrgicas a 8 minutos o menos. ¡Y vaya cambio!
Antes de continuar, un brevísimo interludio para ponernos en sintonía y entender de qué va este cuento. Nos referimos por “sermón” a aquella reprimenda, discurso y/o conferencia, a veces incluso con aviso parroquial incluido, que se da en Misa luego de la lectura del Evangelio y que tiene por objetivo, en palabras del propio Papa Francisco, “trasladar la Palabra de Dios del libro a la vida” (citado de este artículo de aciprensa.com). Aclarado este punto, continuemos...
Recientemente estuve en la Basílica del Señor de los Milagros de Buga, en el departamento del Valle del Cauca en Colombia. Durante la Misa, pude constatar como esta directriz sirvió para que el sermón se volcase de una al mensaje que se quería transmitir, porque sin tiempo para rodeos y divagaciones, no queda más remedio que ir directo al punto, ¿verdad? Esta experiencia me dejó claro que eso de “trasladar la Palabra de Dios del libro a la vida” puede hacerse efectivo en pocas palabras y minutos.
Por otra parte, como era de esperarse, algunos sacerdotes prefieren pasar por alto esta sugerencia y continuar con su discurso “eterno”, cosa que pude experimentar de primera mano en una de las parroquias de Bogotá el pasado domingo (7 de julio, por si te preguntabas la fecha). El mensaje extraído de las Escrituras y sustentado durante el sermón fue el de dejar de lado los prejuicios, que no “todo lo del pobre es robado” y que escuchar y apoyar a nuestros vecinos y conocidos cuando triunfan es mucho mejor que alimentar esa creencia de que “nadie es profeta en su tierra”. Eso quedó claramente entendido en los primeros minutos del sermón y perfectamente podría haber entonces continuado con la Misa, pero el sacerdote decidió insistir con ejemplos alusivos a la discriminación racial y de estrato, de forma que se extendió varios minutos más sin que eso ofreciera nada nuevo a sus argumentos. Lo que si consiguió fue que el diacono que lo acompañaba y que estaba sentado al fondo, cabeceara de sueño en repetidas ocasiones. Y si eso pasaba con el diacono, ya podrás imaginar como estaríamos algunos de los que asistimos, aunque en mi defensa debo decir que no pasé al estado de sueño profundo y que pude mantener los ojos abiertos... la mayor parte del tiempo al menos.
¿Por qué parece tan difícil de aceptar que esos sermones extensos no sirven para transmitir un mejor mensaje y que “a buen entendedor pocas palabras bastan”? ¿Será que los sacerdotes subestiman nuestra capacidad de comprensión y sienten por ello la necesidad de repetir la misma idea varias veces? O por el contrario, ¿podría ser un tema de ego de los sacerdotes, que como tanto político por ahí, hacen sentir su poder apropiándose y abusando del uso de la palabra?
Al final me inclino a pensar que muy seguramente no sea una cosa ni la otra, sino tan solo una tradición que continúa, a pesar de las sugerencias del Papa Francisco. Puede que incluso haya quienes prefieran un sermón largo a uno corto, porque como dicen, “De gustibus non est disputandum” o cómo se diría en español moderno no literal pero entendible, “para gustos hay colores”.
Y pensándolo mejor, seguro que no faltará algún Homero que se quede dormido incluso con un breve sermón de 8 minutos.
¿Y a ti como te fue durante el sermón en tu última visita a la Iglesia?
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