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De victorias, derrotas y recuentos

Recientemente vi una noticia que me transportó a una tarde, hace mucho tiempo, cuando era más joven y contaba con menos canas (y no es que ahora tenga muchas tampoco).

Esa tarde estaba en el colegio, en décimo de bachillerato, en una clase de matemáticas o estadística, los detalles son algo nebulosos. Lo que si tengo claro, fue lo que aconteció. Esa tarde nos entregaron los resultados de un examen escrito y cuando el profesor me llamó por mi apellido, cual era la costumbre de entonces como si estuviéramos en una academia militar y no lo estábamos, fui juicioso a recoger el examen y recibir así mi glorioso 8.5 (sobre una calificación de 10). Como era de esperarse no cabía de la dicha pues muchos habían reprobado el examen. Entre ellos, uno de mis amigos, a quien llamaremos Marroquín, y si, me lo acabo de inventar porque su verdadero nombre está entre los muchas detalles nublados de aquellos recuerdos.

Como sea, Marroquín reprobó con un misero 2 y estaba, como muchos otros, muy inconforme con el resultado. Hizo entonces lo que muchos hacemos en situaciones similares, tomamos el examen de otro para comparar y evaluar qué hicimos mal o más precisamente, para validar que no hubiera sido mal calificado. Y ¿a quién le pidió el examen Marroquín para comparar? Pues fue precisamente a este su servidor. Lo observé mirar con detenimiento los dos exámenes, revisar la secuencia de números y ecuaciones matemáticas y el contundente resultado final. Levantó la cabeza con aire de victoria y me dijo: “Estos dos exámenes son exactamente iguales”.

Sorprendido, revisé las hojas de papel y no tuve más remedio que ceder ante la evidencia y darle la razón. El profesor le había calificado mal o... Antes que pudiera detenerlo, Marroquín fue hasta el escritorio del profesor con las dos hojas para exigir una corrección a la nota. Lo vi a lo lejos o fui a su lado, tampoco lo recuerdo, pero parece más dramático si imaginamos que lo vi todo desde mi puesto: al profesor darle la razón y corregir la nota de uno de los exámenes para luego hacer lo propio en su hoja de seguimiento. Marroquín regresó a mi lado y por su cara, supe que el resultado de aquella reclamación no era el deseado.

Efectivamente. Los dos exámenes eran iguales y el profesor igualó por tanto las notas. Así que los dos tuvimos esa tarde un examen con un misero 2 de calificación. Y así fue como aprendí a no dejar que se me llevaran mis exámenes para reclamar y a aceptar con modesta humildad cuando hubiera sacado una buena nota aunque no la mereciera, algo que por cierto olvidé en mis primeros semestres en la Universidad, de forma que el destino tuvo que de nuevo darme otra lección para recordármelo, cosa sobre la que quizás escriba en un futuro o quizás no.

Y ahora, casi cuatro décadas después o cuatro décadas y algo más, no quiero hacer las matemáticas respectivas para no recordar cuan vieja está mi cédula ya, aparece en el periódico (o mejor dicho, en la página web del periódico) una noticia sobre un suceso ligeramente similar, ocurrido en las pasadas elecciones del 29 de octubre de 2023.

Candidato que ganó en preconteo de elecciones de la Alcaldía de Florián, Santander, Diego González, pidió recuento de votos en el escrutinio y perdió con el segundo en el preconteo, Néstor Delgado, quien fue declarado alcalde electo.

Por cierto, si no me crees, puedes consultar la nota informativa en la página de El Tiempo.

¿Qué puedo decir? Mal de muchos, consuelo del resto y gracias Señor, porque cosas así solamente pasan en este país del Sagrado Corazón y nos hacen sonreír de cuando en vez.

Imagen superior cortesía de https://www.freeimages.com/photo/prove-it-1231912

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